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Siempre supe que llegaría el momento en el que finalmente llevaría al papel el libro que durante años he estado escribiendo en mi mente.
Fue una noche del año 2007 cuando regresé del trabajo más tarde que de costumbre y descubrí tres bultos debajo de mis sábanas. Mis hijos, Julián, Adrián y Lara, se habían quedado dormidos, esperando mi llegada a casa. Esa noche apenas había espacio para mí en la cama, pero no me importó.
Hice un huequito y me acomodé, sintiéndome culpable por no haber llegado más temprano para compartir con ellos y disfrutando del bienestar que sólo siento cuando los tengo entre mis brazos.
Estaban profundamente dormidos y cuando levanté las sábanas para besarlos, me llevé el susto de mi vida. ¡Esos no eran mis hijos!
En vez de mis “bebés”, encontré a tres enormes niños que ocupaban prácticamente toda la cama. Con razón no había espacio para mí.
Después de unos instantes, que parecieron una eternidad, me di cuenta de que ni mis hijos habían sido secuestrados, ni yo estaba alucinando. Mis pequeños habían crecido de repente, en un abrir y cerrar de ojos, y yo no me había dado cuenta hasta ese momento. Sentí que la vida me estaba pasando por delante a la velocidad de un rayo. Mil emociones diferentes invadieron mi cuerpo, pero la principal fue miedo. Miedo de que si pestañeaba otra vez, mis hijos serían adolescentes. De que yo podría morirme, sin haberles enseñado tantas cosas. Miedo de lo inevitable: de que un día, muy pronto, cada uno se enfrentaría al mundo, solo, sin tenerme a su lado protegiéndolos incondicionalmente.
En ese momento, comprendí que era hora de abrirles los ojos, pero esa noche no pude cerrar los míos. Sentada en una esquinita de la cama comencé a escribir este libro, que espero sea leído por mis hijos como una brújula, para navegar seguros en el turbulento mar de la vida.
Son las lecciones que he aprendido durante toda mi vida. Espero que les provean dirección en los momentos difíciles. Este es mi legado, mi propia esencia. El libro que hubiera querido tener, cuando estaba creciendo. Ojalá les sirva como un escudo que los proteja del peligro y de sí mismos.
Me lo debo a mí y se lo debo a ellos, antes de su próxima metamorfosis.